jueves, 4 de abril de 2013

Sevilla: Vallas donde vayas

   En Sevilla nos ponen las vallas, o al menos eso parece ante esa obsesión por cercarlo todo. A cuento viene esto tanto del vallado del recientemente remodelado Muelle de Nueva York o del proyecto de vallado de la zona circundante al Casino de Exposición y Teatro Lope de Vega, en lo que fue parte del recinto de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.

   Todo hay que decir que Sevilla, sociourbanísticamente hablando no tiene una verdadera afición por los espacios públicos abiertos. El espacio público en nuestra cultura urbana se considera como la parte residual entre los espacios privados. Se considera, a mi entender, como algo necesario pero escasamente útil, sin dueño y cuyo cuidado no va más allá de lo que nos afecte por cercanía a nuestro espacio particular y privado.

   Por todo esto la reja, la verja, la valla y la tapia son elementos principales y de una gran fuerza en la cultura arquitectónica en Sevilla. La ciudad tradicional, la verdaderamente invariante en el inconsciente colectivo, que en la mayoría de las ocasiones no coincide con la ciudad real que habitamos o que un día existió, no es más que una sucesión de espacios delimitados en us extensión por una cerca, lo demás es afuera, miedo y abismo de lo ignoto.

Como ya he expresado otras veces Sevilla en si no es un lugar, es un comportamiento y por lo tanto tiende a repetir un mismo esquema en cualquier ámbito desde lo personal a lo urbano, por lo tanto no ha de extrañarnos lo que con respecto a las vallas y su uso por doquier en la ciudad. Sevilla, entendida como conjunto de sus habitantes tiene muy claro lo que es de cada uno, sobre todo como contraparte a lo público, lo que no es de nadie.

   Muchas veces le echamos la culpa a la falta de educación cívica de la ciudadanía sevillana a la hora de buscar el origen del deterioro, mal uso o simplemente vandalización de los espacios públicos. Esto no es en sí un problema tan simple, se trata de un invariante cultural hondamente enraizado en la mente colectiva de la ciudad.

   Somos gente que nuestra casa es nuestro dominio, solemos cuidarla, ornarla y mantenerla como nuestro bien más preciado, y es muy difícil que la compartamos con los demás, para eso inventamos otras maneras de relación fuera del ámbito doméstico. Por otro lado, cuidamos el exterior de esta, el espacio público, como ya hemos dicho antes, sólo si este está directamente vinculado a nuestro espacio privado, por eso es fácil encontrarse a gente barriendo o incluso fregando el trozo de acera delante de su casa.



   Una vez que conocemos esta idiosincrasia no nos ha de extrañar de ninguna manera que los grandes espacios públicos, plazas, jardines, paseos, parques, fueran siempre un elemento extraño a la conciencia colectiva que piensa siempre en la callejuela y el adarve. Muchos de los espacios públicos históricos que se dan en Sevilla no son más que fruto de operaciones urbanas, elementos que no nacen naturalmente, sino que son consecuencia de una voluntad determinada. No tenemos plazas que nacen por la consolidación de los límites de una actividad, como por ejemplo un mercado, al contrario, donde había ese vacío que se llenaba de provisionalidad se produjo una solidificación del mismo, creándose trama urbana, como podemos ver en los antiguos zocos-alcaicerías tanto de la primitiva mezquita situada en el Salvador, como de la posterior situada donde hoy en día se levanta la catedral. Las operaciones de cirugía urbana intencionada crearon los espacios públicos actuales (exceptuando las plazas de San Francisco, de El Salvador, y alguna pequeña más como la Alfalfa), normalmente mediante el derribo de edificaciones anteriores, como Plaza Nueva, o la eliminación de accidentes topográficos, como la desecación de la Laguna de la Feria y construcción de la Alameda de Hércules (considerado el primer parque público de occidente).



   Por todo esto es normal que nos vayan las vallas, y que las encuentres allá donde vayas. No comprendemos un espacio público abierto, donde la valla es la responsabilidad de cada uno para con lo común, en su cuidado, mantenimiento y disfrute. En Sevilla tenemos los jardines del Alcázar, tras un muro, nunca tendremos un Versalles.


   Habría mucho más que hablar, porque en lo que respecta al uso de los espacios públicos en esta ciudad, y como los peatones, bicicletas, motocicletas y automóviles los usan, pero eso ya mejor lo hablamos otro día.